mudas palabras

Tiemblo y me sereno, al fin, me sereno. Las mil palabras todas a punto de salirse, de hacerse pequeños pájaros para vos, la infinita conversación siempre pospuesta. En adelante, todas las ideas volarán incontrolables, aturdiéndome, metiéndose y saliéndose de mi pecho, como vos.
No hablamos. Te miro para mirarme y al mismo tiempo, no quiero mirarte, solo saberte ahí llegado, poniéndome en el tiempo, ajustándome. Me avanza la mudez, las preguntas se apretujan en el mismo importante lugar y termino olvidándolas. Pero sólo acude el silencio, denso y abismal, sellando las bocas, toda posibilidad.
Dividida, se enreda la lucha entre la intriga y la indiferencia, partiéndome. Me veo llegar al mismo tiempo que me voy, y sin embargo, estoy ahí, todo el tiempo estoy ahí, tironeada en el espacio que se tensa y vuelvo a temblar. Desdoblamiento.
Para mí, el silencio. Las palabras como una postergación desesperante, lapidaria. Sólo evasión y ojos fijos, traspasándome, inquiriéndome de mi propia pregunta. La impotencia temblándome en el cuerpo, acelerando tontamente el pulso. No había respuestas, y eso, sólo fertilizaban más preguntas.
A veces, algunas palabras venían como pájaros ciegos, errantes, deshilvanadas y empañantes. Niebla gris que ocupaba todo. Pero eso era sólo para mí.
En mis manos no había nada que sostener, sólo un poema pasamanos que no te acordarías nunca más. No había tenido la suerte aquella, de aquella. En tus nombres, no había el lazo tratando de atraparme como compañera, como tu par. Ni olvidos preciosamente descuidados para atesorar en la mesa de luz. Ni la confesión del desatino de lo que nunca ocurrió. Ni la canción con las palabras inesperadamente deseadas, convocantes, amantes. Para mí, fugacidad, postergación, puesta en lugar, de algún modo, equivocada protección. Sólo el silencio de palabras desbordadas, hirientes, dolientes, letales. Desaire.
Te miro enloquecidamente. Quisiera encontrarme con tus ojos y adentrarme para lo que creo que hay que entender. Busco la ínfima diferencia que me saque del álbum, que me vuelva real en tus manos, que me vuelva un tesoro, preciosa. A cada intento, sólo silencio y el desgarro de la piel. Horrible repetición, igualación. Preguntas heridas en pleno vuelo, equivocadas. Inutilidad.
Ya sé, que estas palabras buscadoras, buscadas, no llegarán a ningún cielo. Y sé, que esas palabras que antes crecieron en mi adentro, no eran más que mi tonta ilusión disfrazándose de tu boca, de tus manos para seguir creyendo. Toda tu voz diciéndome lo anhelado, lo tanto tiempo esperado y en verdad, sólo el reflejo mil veces repetido hasta que ya fuera silencio, puro devenir ansiado. Y que esas, palabras rojas, eran de agua, eran de viento, eran de espuma, pero no eran. Ingenuidad.
Apenas algunas ideas fingiendo explicación. Quizás precario argumento para el mal menor, y creo comprender. Me muevo, lenta y rápidamente, anticipada y sorpresivamente, enloquecida y coherentemente, pero nada cambia. Todo el desierto está ahí, intacto, azul, con tu sombra siempre quieta, siempre igual, multiplicándose. Nada cambia, sólo se repiten las mismas palabras una y otra vez, ingrávidas, sin sentido ya. El único cambio, me alentás, lo sujeto yo, pero no quiero irme.
Te toco, si estás ahí. Quisiera meterme bajo tu piel y abrigarme, sentir tibieza, quizás calor. La densidad, lo concreto me hace un hueco, oxidándose y creciente, volviéndome luna. Lo concreto es lo que es. Este silencio helado, esas palabras cortantes, esas otras repetidas hasta el hartazgo, deshaciéndome. Es lo negado, y lo abnegado, la tortura, la locura, la necesidad de creer, el anhelo de encontrar y la lacerante confesión sin regreso, lapidaria, sin dudas. Lo buscado, había sido mil veces repartido, entregado, derrochado y yo no estaba en aquella suerte, ni siquiera la mejor suerte de aquella. Me arruino, me desollo. Final.
Acá, en el desierto inmenso, en la lejanía, desnuda me cubre la noche que se te parece. Abrazo a mis piernas, acurrucada, mientras algo espero, algo que no sé. Por mis pies, veo correr el río rojo que me lleva, que espera el alba, preciso carmín para volverme agua que bebe la tierra y amanecer. Dejar de ser.



ojalá tuviese yo tu amor así... (L.A.S.)

Espejo de agua

Repetición. Como un pulso. Constante, igual, indetenible hasta que. Encontrarme una y otra vez en el laberinto de espejos. Reflejo. Aunque en verdad, opacidad. La mujer detrás del marco, es otra. Apenas unos rasgos, imágenes deformadas de mí hasta creer en el extremo. Sí, de alguna forma, así podría haber sido, pero no, no me dejé llevar tanto. No soy ella, no es yo, y eso mismo es el horror.

Repetición. La imagen como una diapositiva una y otra vez, regresando. Cambiar y regresar. Práctica de una misma escena una y otra vez, apenas retocando el escenario que no importaba, y la actriz, que daba igual. Todo daba igual. Espectadora y actriz, y lejana. Una y muchas. Todas, para hacer ninguna y a la vez, yo misma. Ellas como yo, yo como ellas. A veces, tendía a creer en la verdad de todo aquello. Como si en el fondo, claro… allí estaba toda la cuestión. En el fondo ocurrían todos los temores con total naturalidad, lejos de mí, metiéndose.
¿Y que pregunta podía hacer yo si todo se mostraba tan certero, tan falaz que daba igual? Pero no daba igual. Por cada una, por cada espejo, algo de mí muriendo, quedándose indefectiblemente atrapada y asfixiada.
Lejos, y llorando, nada ocurre. Nada salvo de mí. A mi propio desconsuelo me entrego como defendiéndome, como si algo. Solo vaciamiento, y el agua escurriéndome en tus manos, imposible de permanecer, deslizándome hasta ya no ser.

Regreso al Sueño

Solo dormir, pero sin saber que dormía, que aun duermo. Un transcurrir de tiempo que no transcurre. Afuera, todo sumándose al pasado donde yo misma erraba yendo y viniendo desordenadamente. Lentitud. Despertar al sueño y repetir. Yo y mis campanadas siempre iguales, absurdas y mismísimas. Como si no hubiera ya otro modo, como si hasta fuera necesario en cierta forma, esa forma que ya ajada, repelemos. Ríspido encuentro malentendido.
No hay descanso, solo buscar inútilmente la piel que no está al lado y sentir mi propia ausencia. Vuelta a un lado y otro hasta el grito que rompe algo pero nunca sabré que es. Puro temor de lo que no recuerdo y se aproxima hasta acostarse y abrazarme, y me arrulla. Cada vez, nada sé lo que es y así.
Y sin embargo, la equivocación precisa. El (des)conocimiento de lo que me intriga y la respuesta que nunca llegará, la pura claridad de la verde angustia ahorcando y sin sentido.
Esta tranquilidad atestigua el cambio y entonces, desenredo. Remanso que viene a mí, y vos como olas, como hombre desconocido, a esta arena que desaparece casi sin darme cuenta. Todo es sueño si nada es realidad. Todo. Menos algo. Eso que he olvidado y sueño repetidamente una vez y más hasta volverme gota.