
Y mientras me mirás voy guardando las cosas desparramadas de mi cartera. Ese desorden que despliego al llegar a nuestra habitación con tanto afuera entre mi ropa. Vos, ya adelantaste todo en pocos pasos y estás casi listo y te queda tiempo para prenderte ese cigarrillo final de cuarto. Me mirás de reojo. Hay tiempo pero yo no lo sé. Tu alistamiento me apura y ni siquiera podés sospechar el esfuerzo enorme para que cada movimiento parezca normal, habitual, acostumbrado. Quisiera que todo eso ya estuviera hecho, pero sé también que es la excusa para que todo sea más durable. Me apuntás los olvidos, me obligás a revisar todo nuevamente, no es posible que nada se me quede o se perderá como esta misma tarde. Afuera quizás sea noche y yo casi prefiero que lo sea, para inundarme, para que se cierre y me abrace cuando esto sea recuerdo, en un rato más. Todo listo, la partida es inminente y necesaria, cualquier extensión en ese momento sería la misma ruina. Sostenés mi mano y me llevás, a todo mi peso de bolsos colgantes, a mis abrigos para mi siempre frío, mi tristeza de plomo y yo. Las pequeñas paradas son mi aliento. Me recupero de tanto viaje y me atrevo a mirarte, polaroids que coleccionaré para dentro de unos minutos. Atravesar la puerta es comenzar la recta final y a la vez algo separado, completamente diferente, otra época, otro tiempo. Al final de la calle está la noche y caminamos hacia ella, en un túnel. Por tramos tomás mi mano, y quisiera que nos perdiéramos. Que anduviéramos por laberintos de calles y recompensas de tiempo. Pero no. Mejor es así yéndonos, sumando una felicidad más, sabiendo que luego no quedará otra cosa que volver a vernos.