No puedo


Hoy no puedo comprender a los que no comprenden, ni ser tolerante con quienes no lo son.
No puedo entender a quienes nunca entienden.
Ni escuchar a quienes nunca escuchan
Hoy no puedo gritar tanto silencio.




No puedo conmigo misma.
No puedo salir de mi.
Y ya ni lo intento y ese es mi último movimiento.
...y no quiero más ser esta que soy
tanto dolor, no quiero ser.

Tu dedo en mi espalda

Me conmueve tu dedo en mi espalda. Tu voz me despreviene de cualquier mal y me crecen alas. Se que estás ahí­. Todo te presiento. Como una lava que tanto espero. Luego los dientes en la nuca. Tu mordedura feroz y capaz me inmoviliza. Así tu boca de otoño suelta las palabras y yo te entrego mis manos palomas. Y no intentas consolarme, no quisieras nunca hacer eso y yo aprendí a no pedirlo más. Mi pelo que es todo viento quiere protegerme pero no le hago caso y vos mucho menos. Mi cara está entre las piedras y por el rabillo del ojo puedo ver el río de tu boca que corre y me lleva de a pedazos. Sí, es la primera sensación de sentir tu presencia cada vez mas cerca, cada vez tu piel de bosque metiéndose en mí­.
Te espero y ya conoces todo mi territorio, todo mi mundo, mi ser. Me habitás como un Señor, mi dueño. Pero luego te vas suficientemente para que note el desgarro y el frí­o me toma de rehén. Así­ te gusta poseerme. Apenas a unos instantes de siglos de mí. Medís mi tiempo, registrás las constelaciones y sus movimientos y yo empiezo a perderme de tanta lejaní­a. No sé dónde estás ni quien soy. ¿Cómo saberlo si te vas? Me abarca el sinsentido, y me quedo sin piel, solo sintiendo con dolor, hasta la felicidad y volvés. Justo antes de que estuviera por nacer en algún otro extraño lugar. El dolor todo lo inunda y yo me ahogo en tanta soledad. Sabés que me olvido y volvés. Pero ya estás dentro y reconozco mi mundo, mi universo, mi rojo y me dejo llevar. Así me tenés. Así­ soy, porque soy para vos, mi voluntad, mi felicidad. Luego nuevamente tu dedo en mi espalda y tu voz de hojas secas hablando inentendibles idiomas. Todo el tiempo ha huido, solo queda la sombra y el abismo de tu ausencia. Pero hoy es aun peor. Hoy no he olvidado. Y sé, que por más que tanto muera, al darme vuelta, ahí no estás.

De cómo abrazarme


Lo mejor serí­a que vinieras desde mi adelante, precisamente cuando suelo estar con los brazos y la cabeza caída hacia un costado mirando como se mueve apenas mi pelo con alguna brisa o el brillo multicolor si lo atraviesa un rayo de sol. Que te acerques en no más de tres pasos así­ no me doy cuenta de tu empeño. También puede ser factible que esté mirando las piedritas esas que se mueven en el piso cuando hay viento, o la forma en que crece una florcita al mediodía. Todas esas son buenas oportunidades para acercarte con tenaz sigilo.
Cuando ahí me tengas tan a mano que ya creas que podés oír el rumor de la sangre correr por mis venas entonces es el mejor momento. Podés tomarme previamente de una mano con firmeza como solés hacerlo o bien directamente cruzarme un brazo por la cintura y el otro por la espalda debajo de mis brazos, con la mano buscando la nuca pero todo apoyado en mi eje. Así puesto, tenés que acercarte aun más y acercarme también. Ese es un todo-uno fluir muy preciso y delicado que requiere tu más habilidosa maniobra. Me llevas hacia a vos y sacás la brusquedad del movimiento que me mueve acercándote también. Luego acomodás mi cara de costado a la tuya o me brindarás el hueco de tu cuello para que descansen ahí­ mi boca y mis ojos, mi alma respirando tus días y el otoño.
En ese momento, te advierto, me dejaré llevar a tu vida. Reposaré como una niña en brazos de su padre o como un niño en brazos de su madre. Es muy adecuado que luego de unos segundos acaricies mi espalda con movimientos de flores creciendo, o con pájaros volando muy alto, con la firmeza de montañas recién nacidas; yo mientras tanto, aprestaré mi felina espalda. Es posible que cierre los ojos. Tratá de comprender que eso sucede involuntariamente, cuando todo el mundo hasta ahí hecho se vuelve tu piel y tu olor, tu respiración y tu marrón. También podés envolverme haciendo un poco más de presión como queriendo asimilarme levemente.
Con seguridad todo eso me llevará a algún sueño, hasta es posible que me duerma, pero no debés preocuparte. Serán solo unos segundos para vos, para mí­ el comienzo de una maravillosa felicidad que durará un tiempo mucho más extenso, probablemente infinito al recuerdo. Como regalos podés besarme suavemente la cara o hasta la misma boca, en ese caso los besos serán capullos tiernos y carmín de tibio, un mediodí­a lujurioso y dorado de mayo. Luego podés decirme Te Quiero Mi Nena, como solés hacerlo, entonces, ya sabés, me enamoraré una vez más y no podré ser otra cosa que tuya.

Pájaros Negros

Mis celos son pájaros negros, enormes y con manos. Vienen como brujas viejas y me llevan al pantano más horrendo. Allí, me bañan de aguas lodosas y me atan las manos y los pies. Me dejan a la deriva de la ira mas profunda de todas ellas, de todas ELLAS, y me dan de beber el veneno del peor engaño. Luego me cuentan cualquier cosa, un cuento de hadas quizás, o una historia inacabada de un hombre y una mujer, o aun peor, a veces me cuentan una historia incipiente. O mucho, mucho peor! una historia por nacer. Y yo, embriagada de tanta maldad y dulzura ajena prontamente empiezo a partir.

Me decaigo en todo ese fango,
en todo ese asunto por venir,
y me encierro entre los párpados
que es lo único que puedo hacer.
Así, de rodillas en la ciénaga escucho cuando te acercas. Primero son tus alas, como desde el cielo, como desde atrás; luego es tu voz, mezclado de palabras, mezclado de todas Ellas, luego, apenas un rato infinito después, me llega tu aliento, y tu voz de marrón. Ahí aparece la luz clara y azulada como la de un amanecer.
Todo es comprensible,
tu palabra transformada
empieza a contarme también.
Y entiendo tus cada cosas,
comprendo tu razón y enojo
y entiendo tu comprensión.
Y ahí es cuando te veo negro, batiendo tus alas en mi cara, lastimándome la piel y el carmín y es mi momento de nacer. Me recobro, camino hasta la orilla y todo parece fácil, mis manos no están atadas, mis pies caminan en la hierba, tu voz es recuerdo desde los sueños y empiezo a sospechar. Es todo una gran falacia, un montaje para odiarte. Me observo desde la orilla, te escucho palpitándote y batiéndote. Me veo en el fango y vos ni siquiera estás. Entonces quiero socorrerme, volver a despertarme y que me arrulles. Que saques la jaula de tus palabras y atrapes a todo ese mal. Que mieles ese veneno con tu manos, que fallezcan los pájaros negros, la ira de ELLAS. Es el momento de tu beso, de tu sello que abre mis ojos y me deja descansar.
Reposo.
Ahora llueve
el universo la tristeza
y ya no hay pájaros,
ni cuentos,
ni escenarios.
Solo manos atadas, boca atrapada, pies enredados, ojos bien abiertos, piel devorada y celosa, pájaros baratos, celos negros muertos con tu beso ...
y tu ausencia infinita y mortal.

Ojos Cerrados y Melange


Siento los párpados pesados y definitivos sobre mi. Sé, que al develar nuevamente la habitación de nadie y tan nuestra hasta recién, verán mis ojos el abismo enorme entre tu piel quemante y la mía. Entonces, prefiero dejarlos así, párpados de siglos sobre mi, alargando la noche infinita de cielos y lunas rojas. Sé que al abrir mis ojos volverán a estos días de esperas, a la tarde gris de tu partida. Llegará el filo cortante de tu carne satisfecha que no quiere saber más de mí­ que el dolor.
Así, atravesada por tu amarga y quemante espuma, puedo mirar el cuadro de tus ojos fijos y extraviados de distancia, consumiéndome la piel para sangrar y no sentir.
Entonces, mis párpados pesados, mis párpados cerrados.
Y ya no sueño volar mariposa en tu tarde otoño habitación nuestra. Ya no hay crisálida acuciante que nacer y mirar el cielo.
Solo ojos de Fauno lejos, solo ojos de abismo encierro.
Ya no quiero la caricia triste, el despertar sangriento.
No abriré los ojos,
Negaré el silencio.
No habrá luz de tarde ni mareante viento.
Sólo los ojos cerrados,
La voz sin carne
El corazón destierro
los ojos muertos.